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Hexagrama 4, te busco.

Ecce Homo

-Quinto "D"
-Quinto "D" de Dedo?
- No, quinto "D" de Dios.

Haciéndonos los Boludos, como perro al que se están cogiendo.

Si ya has dado a alguien, dame también a mí; si no, empieza conmigo. D.e.S

domingo, 27 de noviembre de 2011

Revolución crónica

Por más rara que se la imagen, nunca será tan rara como la realidad original.

Admitamos todo como cierto. Pero, ni bien se reflexiona todo parece extraño. Y cuanto más se reflexiona, más extraño se torna.

Decir muchas cosas con las mismas palabras, vivir en diferentes mundos al mismo tiempo

Ni angel ni diablo, un hombre es un ser sobre una tensa cuerda, que camina delicadamente en equilibrio, en un extremo el espíritu, la consciencia, el alma, en el otro, cuerpo, instinto y todo lo inconsciente, todo lo bajo, todo lo misterioso. En equilibrio, sí. Lo que es muy difícil.

El hombre que acaba de pasar la puerta en la pared nunca será el mismo que allí había entrado. Será más sabio, pero seguro menos pretencioso; más feliz pero menos satisfecho de sí mismo; más humilde reconociendo su ignorancia pero, comprenderá mejor la relación palabra-cosas entre el razonamiento sistemático y el misterio insondable que intenta, siempre y en vano comprender.



viernes, 18 de noviembre de 2011

retorno Eterno, Sincronismo, Cuentos, Pinturas. Googleo

1. Llamada misteriosa, tomo el tubo del teléfono y solamente siento una presencia que oye del otro lado.
Rápidamente evalúo las posibilidades en cuanto a quién podría ser la persona del otro lado de la línea. Se me ocurre Cialu, ella es así de misteriosa, o al menos, le gusta ese juego.

2. La duda me entra y me come el cerebro, escribo un msj y se lo envío, obviamente ella no se hace cargo. Intercambiamos msjs y me dice que lea un cuento.

3. "Una flor amarilla" El problema es que no logro quitarme a la Princesa Guaraní de mi cueva, es un eco sin fin.
No se qué hacer y decido leer el cuento.

4. Leo las primeras líneas, no tengo ganas de seguir, la mente fija su atención.


Parece una broma, pero somos inmortales. Lo sé por la negativa, lo sé porque conozco al único mortal. Me contó su historia en un bistró de la rue Cambronne, tan borracho que no le costaba nada decir la verdad aunque el patrón y los viejos clientes del mostrador se rieran hasta que el vino se les salía por los ojos. A mí debió verme algún interés pintado en la cara, porque se me apiló firme y acabamos dándonos el lujo de la mesa en un rincón donde se podía beber y hablar en paz. Me contó que era jubilado de la municipalidad y que su mujer se había vuelto con sus padres por una temporada, un modo como otro cualquiera de admitir que lo había abandonado. Era un tipo nada viejo y nada ignorante, de cara reseca y ojos tuberculosos.


5. "Ojos tuberculosos", últimamente mis ojos están inyectados en sangre, mi parte hipocondríaca se suma a la escena. Busco imágenes de ojos tuberculosos.

6. No veo nada que se relacione con lo que busco, hasta esa pintura que logró concentrar mi atención.

7. Busco Nerdrum en la Uiki, comienza a desarrollarse esa sensación, hay algo que quiere hablarme, tengo una intuición.

8. Leo en inglés Antroposofía, la ansiedad ya domina mi cuerpo, no logro pensar en nada más que en lo que estoy haciendo, por primera vez en días o semanas.

9. Conozco a Steiner y ya nunca lo voy a olvidar.

10. Termino de leer su "biografía", y termino con el cuento.


Realmente bebía para olvidar, y lo proclamaba a partir del quinto vaso de tinto. No le sentí ese olor que es la firma de París pero que al parecer sólo olemos los extranjeros. Y tenía las uñas cuidadas, y nada de caspa.
Contó que en un autobús de la línea 95 había visto a un chico de unos trece años, y que al rato de mirarlo descubrió que el chico se parecía mucho a él, por lo menos se parecía al recuerdo que guardaba de sí mismo a esa edad. Poco a poco fue admitiendo que se le parecía en todo, la cara y las manos, el mechón cayéndole en la frente, los ojos muy separados, y más aun en la timidez, la forma en que se refugiaba en una revista de historietas, el gesto de echarse el pelo hacia atrás, la torpeza irremediable de los movimientos. Se le parecía de tal manera que casi le dio risa, pero cuando el chico bajó en la rue de Rennes, él bajó también y dejó plantado a un amigo que lo esperaba en Montparnasse. Buscó un pretexto para hablar con el chico, le preguntó por una calle y oyó ya sin sorpresa una voz que era su voz de la infancia. El chico iba hacia esa calle, caminaron tímidamente juntos unas cuadras. A esa altura una especie de revelación cayó sobre él. Nada estaba explicado pero era algo que podía prescindir de explicación, que se volvía borroso o estúpido cuando se pretendía—como ahora—explicarlo.
Resumiendo, se las arregló para conocer la casa del chico, y con el prestigio que le daba un pasado de instructor de boy scouts se abrió paso hasta esa fortaleza de fortalezas, un hogar francés. Encontró una miseria decorosa y una madre avejentada, un tío jubilado, dos gatos. Después no le costó demasiado que un hermano suyo le confiara a su hijo que andaba por los catorce años, y los dos chicos se hicieron amigos. Empezó a ir todas las semanas a casa de Luc; la madre lo recibía con café recocido, hablaban de la guerra, de la ocupación, también de Luc. Lo que había empezado como una revelación se organizaba geométricamente, iba tomando ese perfil demostrativo que a la gente le gusta llamar fatalidad. Incluso era posible formularlo con las palabras de todos los días: Luc era otra vez él, no había mortalidad, éramos todos inmortales...



"El pensamiento es un órgano de percepción al igual que el ojo o el oído. Del mismo modo que el ojo percibe colores y el oído sonidos, así el pensamiento percibe ideas» Goethe


Las ideas de Nietzsche del eterno retorno y del Übermensch, permanecieron mucho tiempo en mi mente, pues en ellas estaba reflejado lo que una personalidad debe sentir respecto a la evolución y al ser esencial de la humanidad, cuando a esta personalidad le es impedido captar el mundo espiritual, debido al pensamiento restringido de la filosofía de la naturaleza que caracterizó el final del siglo diecinueve. Lo que me atrajo concretamente fue que uno podía leer a Nietzsche sin encontrar nada que intente volver al lector «dependiente» de Nietzsche.
Rudolf Steiner


Ser libre es ser capaz de pensar los propios pensamientos: no los pensamientos meramente corporales o de la sociedad, sino pensamientos generados por nuestro ser más interno y profundo, más original, más esencial y espiritual, nuestra individualidad.
Rudolf Steiner

martes, 15 de noviembre de 2011

Lamentablemente, no me era posible vislumbrar siquiera sus límites a la escasísima luz que me daba mi encendedor


XXXV
A medida que fui internándome, aquel pasadizo se iba convirtiendo en una galería semejante a la de una mina carbonífera .Empecé a sentir un frío húmedo y entonces advertí que hacía rato estaba caminado sobre un suelo mojado, a causa, seguramente, de los hilillos de agua que silenciosamente descendían por los muros cada vez más irregulares y agrietados; pues ya no eran las paredes de cemento de un pasadizo construido por ingenieros sino, al parecer, los muros de una galería excavada en la tierra misma, por debajo de la ciudad de Buenos Aires. El aire se volvía más y más enrarecido, o acaso era una impresión subjetiva debida a la oscuridad y al encierro de aquel túnel, que parecía ser interminable .Noté, asimismo, que el piso no era ya horizontal sino que iba paulatinamente descendiendo, aunque sin ninguna regularidad, como si la galería hubiese sido excavada siguiendo las facilidades del terreno. En otras palabras, ya no era algo planeado y construido por ingenieros con la ayuda de máquinas adecuadas; más bien se tenía la impresión de estar en una sórdida galería subterránea cavada por hombres o animales prehistóricos, aprovechando o quizá ensanchando grietas naturales y cauces de arroyos subterráneos. Y así lo confirmaba el agua cada vez más abundante y molesta. Por momentos se chapoteaba en el barro, hasta que se salía a partes más duras y rocosas. Por los muros el agua se filtraba con mayor intensidad. La galería se agrandaba, hasta que de pronto observé que desembocaba en una cavidad que debía ser inmensa, porque mis pasos resonaban como si yo estuviera bajo una bóveda gigantesca. Lamentablemente, no me era posible vislumbrar siquiera sus límites a la escasísima luz que me daba mi encendedor. También noté una bruma formada no por vapor de agua sino tal vez, como me lo parecía revelar un intenso olor, producido por la combustión espontánea y lenta de alguna leña o madera podrida.Yo me había detenido, creo que intimidado por la indistinta y monstruosa gruta o bóveda. Bajo mis pies sentía el piso cubierto de agua, pero esa agua no estaba estancada sino que corría en una dirección que yo imaginé conduciría a alguno de esos lagos subterráneos que exploraran los espeléologos. La soledad absoluta, la imposibilidad de distinguir los límites de la caverna en que me hallaba y la extensión de aquellas aguas que se me ocurría inmensa, el vapor o humo que me mareaba, todo aquello aumentaba mi ansiedad hasta un límite intolerable. Me creí solo en el mundo y atravesó mi espíritu, como un relámpago, la idea de que había descendido hasta sus orígenes. Me sentí grandioso e insignificante.Temí que aquellos vapores terminaran por emborracharme y hacerme caer en el agua, muriendo ahogado en momentos en que estaba a punto de descubrir el misterio central de la existencia. A partir de ese instante ya no sé discernir entre lo que sucedió y lo que soñé o me hicieron soñar, hasta el punto que de nada estoy ya seguro; ni siquiera de lo que creo que pasó en los años y hasta en los días precedentes. Y hasta dudaría hoy del episodio Iglesias si no me constase que perdió la vista en un accidente al que yo asistí. Pero todo lo demás, desde ese accidente, lo recuerdo con lucidez febril, como si se tratara de una larga y horrenda pesadilla: la pensión de la calle Paso, la señora Etchepareborda, el hombre de la CADE, el emisario parecido a Pierre Fresnay, la entrada en la casa de Belgrano, la Ciega, el encierro a la espera del veredicto. Mi cabeza comenzaba a enturbiarse y ante la certeza de que tarde o temprano caería sin conocimiento tuve sin embargo el tino de retroceder hacia un lugar en que el nivel del agua era menos alto, y allí, ya sin fuerzas, me derrumbé. Sentí entonces, supongo que en sueños, el rumor del arroyo Las Mojarras al golpear sobre las toscas, en la desembocadura del río Arrecifes, en la estancia de Capitán Olmos. Yo estaba de espaldas sobre el pasto, en un atardecer de verano, mientras oía a lo lejos, como si estuviera a una distancia remotísíma, la voz de mi madre que, como ésa era su costumbre, canturreaba algo mientras se bañaba en el arroyo. Ese canto que ahora oía parecía ser alegre, al comienzo, pero luego se fue haciendo para mí cada vez más angustioso: deseaba entenderlo y a pesar de mis esfuerzos no lo lograba, y así mi angustia se hacía más insufrible por la idea de que las palabras eran decisivas: cosa de vida o muerte. Me desperté gritando: "¡No puedo entender! ¡No puedo entender!". Como suele sucedernos al despertar de una pesadilla, intenté hacer conciencia del lugar en que estaba y de mi real situación. Muchas veces, ya de grande, me sucedió que creía despertar en el cuarto de mi infancia, allá en Capitán Olmos, y tardaba largos y espantosos minutos en ir reconstruyendo la realidad, el verdadero cuarto en que estaba, la verdadera época: a manotones de alguien que se ahoga, de alguien que teme ser arrastrado de nuevo por el rio violento y tenebroso del que a duras penas ha comenzado a salvarse agarrándose a los bordes de la realidad. Y en aquel instante, cuando la zozobra de aquel canto o gemido había llegado a su punto más angustioso, volvía a sentir esa extraña sensación e intenté asirme desesperadamente a los bordes de la verdadera circunstancia en que despertaba. Sólo que ahora la realidad era todavía peor, como si estuviera despertando a una pesadilla al revés. Y mis gritos, devueltos en apagados ecos en la gigantesca bóveda de la gruta, me llamaron a la verdad. En medio del silencio hueco y tenebroso (mi encendedor había desaparecido en el agua, al caerme) se repetían hasta apagarse en la lejanía y en la oscuridad las palabras de mi despertar. Cuando el último eco de mis gritos murió en el silencio, quedé anonadado por largo tiempo: recién entonces parecía tener plena conciencia de mi soledad y de las poderosas tinieblas que me rodeaban. Hasta ese momento, o, mejor dicho, hasta el momento que precedió al sueño de la infancia, yo había estado viviendo en el vértigo de mi investigación y sentía como si hubiera sido arrastrado en medio de una loca inconsciencia; y los temores y hasta el espanto sentidos hasta ese instante no habían sido capaces de dominarme; todo mi ser parecía lanzado en una demencial carrera hacia el abismo, que nada podía detener. Sólo en ese momento, sentado sobre el barro, en el centro de una cavidad subterránea cuyos límites ni siquiera podría sospechar, sumergido en la tiniebla, empecé a tener clara conciencia de mi absoluta y cruel soledad. Como si aquello perteneciera a una ilusión, recordaba ahora el tumulto de arriba, del otro mundo, el Buenos Aires caótico de frenéticos muñecos con cuerda: todo se me ocurría una infantil fantasmagoría, sin peso ni realidad. La realidad era esta otra. Y solo, en aquel vértice del universo, como ya expliqué, me sentía grandioso e insignificante. Ignoro el tiempo que transcurrió en aquella especie de estupor. Pero el silencio no era un silencio liso y abstracto, sino que poco a poco fue adquiriendo esa complejidad que adquiere cuando se lo vive un tiempo largo y anhelante. Y entonces se advierte que está poblado de pequeñas irregularidades, de sonidos al principio imperceptibles, de apagados rumores, de misteriosos crujidos. Y así como mirando pacientemente las manchas de una pared húmeda empiezan a vislumbrarse los contornos de rostros, de animales, de monstruos mitológicos; así, en el gran silencio de aquella caverna, el oído atento iba descubriendo estructuras y dibujando figuras que adquirían poco a poco un sentido: el característico rumor de una cascada lejana; las apagadas voces de hombres cautelosos; el cuchicheo de seres acaso muy próximos; enigmáticos y entrecortados rezos; chillidos de aves nocturnas. Infinidad de rumores e indicios, en fin, que engendraban nuevos pavores o desatinadas esperanzas. Porque, así como en las manchas de humedad Leonardo no inventaba rostros y seres monstruosos sino que los descubría en esos laberínticos reductos, así tampoco debe creerse que mi imaginación ansiosa y mi pavor me hacían oír rumores significativos de apagadas voces, de ruegos, de aleteo o chillido de grandes pájaros. No, mi ansiedad, mi imaginación, mi largo y pavoroso aprendizaje sobre la Secta, el afinamiento de mis sentidos y mi inteligencia durante largos años de búsqueda, me permitían descubrir voces y estructuras malignas que para un hombre corriente habrían pasado inadvertidas. Ya en mi primera infancia tuve las primeras prefiguraciones de aquel mundo perverso en mis pesadillas y alucinaciones. Todo lo que luego hice o vi en mi vida estuvo de una manera o de otra vinculado a aquella trama secreta, y hechos que para la gente común no significaban nada, saltaban a mi vista con sus contornos exactos, del mismo modo que en esos dibujos infantiles donde debe encontrarse un dragón disimulado entre árboles y arroyuelos. Y así, mientras los otros muchachos pasaban de largo, aburridos, obligados por los profesores, por las páginas de Homero, yo, que había pinchado ojos de pájaros, sentí mi primer estremecimiento cuando aquel hombre describe, con aterradora fuerza y precisión casi mecánica, con perversidad de conocedor y vengativo sadismo, el momento en que Ulises y sus compañeros hienden y hacen hervir el gran ojo del Cíclope con un palo ardiente. ¿No era Homero ciego? Y otro día, abriendo al azar el gran volumen de mitología de mi madre leí: "Y yo, Tiresias, como castigo por haber visto y deseado a Atenas mientras se bañaba, fui enceguecido; pero apiadada la Diosa me concedió el don de comprender el lenguaje de los pájaros proféticos; y por eso te digo que tú, Edipo, aunque no lo sabes eres el hombre que mató a su padre y desposó a la madre, y por eso has de ser castigado". Y como nunca creí en la casualidad, ni aun de niño, aquel juego, aquello que creí hacer por juego, me pareció un presagio. Y ya nunca pude apartar de mi mente el fin de Edipo, pinchándose los ojos con un alfiler después de oír aquellas palabras de Tiresias y de asistir al ahorcamiento de su madre. Como tampoco ya pude apartar de mi espíritu la convicción, cada vez más fuerte y fundada, de que los ciegos manejaban el mundo: mediante las pesadillas y las alucinaciones, las pestes y las brujas, los adivinos y los pájaros, las serpientes, y en general, todos los monstruos de las tinieblas y de las cavernas. Así fui advirtiendo detrás de las apariencias el mundo abominable. Y así fui preparando mis sentidos, exacerbándolos por la pasión y la ansiedad, por la espera y el temor, para ver finalmente las grandes fuerzas de las tinieblas como los místicos alcanzan a ver al dios de la luz y de la bondad. Y yo, místico de la Basura y del Infierno, puedo y debo decir: ¡CREED EN MÍ!Así, pues, en aquella vasta caverna, entreveía por fin los suburbios del mundo prohibido, mundo al que, fuera de los ciegos, pocos mortales deben de haber tenido acceso, y cuyo descubrimiento se paga con terribles castigos y cuyo testimonio nunca hasta hoy ha llegado inequívocamente a manos de los hombres que allá arriba siguen viviendo su candoroso sueño; desdeñándolo o encogiéndose de hombros ante los signos que deberían despertarlos: algún sueño, alguna fugaz visión, el relato de algún niño o un loco. Y leyendo como simple pasatiempo los relatos truncados de algunos de los que acaso llegaron a penetrar en el mundo prohibido, escritores que terminaron también como locos o como suicidas (como Artaud, como Lautréamont, como Rimbaud) y que, por lo tanto, sólo merecieron la condescendiente mezcla de admiración y desdén que las personas grandes sienten por los niños.Sentía, pues, a seres invisibles que se movían en las tinieblas, manadas de grandes reptiles, serpientes amontonadas en el barro como gusanos en el cuerpo podrido de un gigantesco animal muerto; enormes murciélagos, especie de pterodáctilos, cuyas grandes alas ahora oía batir sordamente y que, en ocasiones, me rozaban con asquerosa levedad el cuerpo y hasta la cara; y hombres que habían dejado de ser propiamente humanos, ya sea por el contacto perpetuo con aquellos monstruos subterráneos, ya por la misma necesidad de moverse sobre terrenos pantanosos; de manera que más bien se arrastran en medio del barro y de la basura que en aquellos antros se acumulan. Detalles que aunque no pueda decir que los haya verificado con mis ojos (dada la oscuridad que domina) los he presentido por mil indicios que nunca nos dejan equivocar: un jadeo, una manera de gruñir, una forma de chapotear. Durante mucho tiempo permanecí quieto, presintiendo aquella existencia asquerosa y apagada. Cuando me incorporé, sentí como si las circunvoluciones de mi cerebro estuvieran rellenas de tierra y enredadas en telarañas. Durante un largo tiempo permanecí de pie, tambaleante, sin saber qué decisión tomar. Hasta que por fin comprendí que debía marchar hacia la región en que parecía advertir cierta tenue luminosidad. Entonces comprendí hasta qué punto las palabras luz y esperanza deben de estar vinculadas en la lengua del hombre primitivo. El suelo por el que realicé aquella marcha era irregular: por momentos el agua me llegaba hasta las rodillas y en otros apenas empapaba el suelo, que me parecía idéntico al fondo de las lagunas pampeanas de mi infancia: limoso y elástico. Cuando el nivel del agua aumentaba, torcía mi marcha hacia el lado en que disminuía, para volver a seguir la dirección que me conducía hacia aquella remota luminiscencia.



Siempre llego tarde.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Sigue andando como un buey




Sigue andando como un buey,  
sigue siendo vos tu ley.  
quien podrá decirte hoy  
que no alcanza lo que sos.  
Es tan difícil como volver.  
con un recuerdo ya está.  
y es que así puedes,  
solo así quieres.  
no mires atrás,  
no mires atrás más.  
Persiguiendo, hay un sitio para vos.  
vas a encontrar...  
sólo tienes que empezar 
con en el silencio que va detrás  
Como escuchando el mar...  
y es que así puedes,  
solo así quieres.  
no mires atrás,  
no mires atrás más.  
Sigue andando como un buey..  
sigue siendo vos tu ley...  
persiguiendo, vas a encontrar  
sigue andando como un buey...  
vas a encontrar, vas a encontrar  
vas a encontrar...

sábado, 5 de noviembre de 2011

Para que la vida sea el día y la luz, deberá pasar por la muerte, la oscuridad y la noche.


Cuando conocí el dolor...

Ya no hay anestesia, no hay veneno. Vuelvo a enfrentarte cara a cara, como aquel verano del 92 cuando te conocí. Precoz para el dolor, nunca más vi con alegría el reinado del Sol. Sí, aquel verano con el Sol amarillo anticipando el ocaso te crucé por primera vez. No sabía de que se trataba, pero todos mis instintos alertas, intuian tiempos tormentosos. Creo también, fué la segunda vez en sentirme completamente solo. Aunque esta vez ya fui fuerte como para recharzar las lágrimas, y otra cosa nueva, actuar "como si". Comencé a desenrrollar un hilo, que no acabo, pero que tiene íntima relación con la palabra persona/máscara. Me aleje de mi primera persona, vuelto otro. Floté por primera vez. Anduve revoloteando por ahí, me ví desde encima de mi cabeza. Parecía soñado, pero al revés, cuando percibes que el fondo es real. Intenso como la muerte, podría llamarlo mi segundo nacimiento. El nacimiento no es feliz, el parto es doloroso, se atraviesa de una realidad a otra. Aprendí a hablar con algo dentro mío.

Y había más oscuridad en su alma que en aquella noche sin luna

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Rodeando la Reali¿a?

¿Qué sentido tiene este mar de dudas sin una isla a la que arribar?, ¿es que, debería haber sido pez y no mono?
Yo, el improductivo.


“Ante un hecho real, siéntate como un niño pequeño y disponte a abandonar cualquier idea preconcebida, sigue humildemente a la naturaleza dondequiera que te lleve, aun al abismo sea el que sea, o no aprenderás cosa alguna.”
T.H. Huxley



Huyes de algo incorpóreo, tu grito irrumpe como el trueno, tan poderoso como efímero, súbitamente vibra el último empuje de aire que atravisa tu garganta. Solo y sin defenzas
aspiras explotar en un terminal grito del alma que nace en tus entrañas pero se inmoviliza  en algun lugar muy cercano a tu garganta...
 ...energía que refluye en cada escondrijo de tu ser royendo tu alma
Hay muchas cadenas que cortar



De la misma forma en que supimos convivir con la idea de una tierra plana, mientras el Sol gira/ba alrededor nuestro(?), así mismo, convivimos con la idea abstraca de la rectitud en la vida. Asimilamos lo recto: al orden, lo bueno, ideal. Pero, si es posible ver por encima de nuestros pies(Cabeza, el mundo al vesre); presagiamos en todos esos conceptos, solo falsas apariencias. Así como descubrimos a la tierra curva girando en derredor del sol, por el mismo camino, si llegamos a ver por encima de nuestras cabezas, descubrimos el falso y forzado concepto de rectitud ante la vida humana, no existe la recta, a lo sumo un curva que podemos asimilar como tal. Un velo que a través de un tajo nos insinúa la brutal y absurda realidad, y otra y otra y otra...
La vida debe ser curva.


"Ésa habitación puede hacer cumplir tus deseos más profundos"

caminas en círculos, la rodeas, tienes miedo, pero padeces una irresistible atracción por el abismo.
Nunca te acerques en línea recta.
Objetivo: satisfacer deseos
Pensamientos diagonales.

Y así llegamos al pequeño estrecho, sobre el cual yase un precipicio, pero que, dado sus ceñidos bordes, no se considera necesario Punte, aquí es donde entra en juego el valor propio de cada individuo. Solamente aquellos de firme convicción y valor son capaces de superarlo mediante el Salto. No hay camino, es preciso saltar con tal ímpetu que logre contrarrestrar el poderoso magnetismo al vacío.

Es tan difícil Creer.