Luego de una larga ausencia volvió Angelito. Nos encontrábamos T y yo abstraídos, entre nuestra rutina gimnástica y alguna que otra conversación banal que se filtraba entre serie y serie. Cuando por la escalera, se observa descender una enorme figura masculina, con paso lento y pesado, casi irreconocible a causa de su exagerado vestir. Más allá del cruel invierno, el día no era tan frío como para llevar tanto abrigo, y menos un pasamontañas que solo permitía ver sus grandes ojos negros que parecían salirse de sus órbitas.
T y yo, sostuvimos una mirada cómplice y mientras Angelito se acercaba hacia nosotros -aún sin reconocernos- suspendimos lo que estábamos haciendo para saludarlo. Lo saludamos muy amablemente, simulando interés en cuanto a las razones de su ausencia. Contándole en un breve racconto, la situación actual en el gimnasio, poniéndolo al tanto de las novedades. Aunque en realidad nada había cambiado. Mientras Él comenzó con sus ya legendarios desvaríos. Nosotros, nos dispusimos a prestarle una simulada atención.
Angelito sintiéndose punto de gravitación arrancó sus anécdotas sin ningún prolegómeno. Las palabras se le atascaban en la boca. Sus frases sin ningún sentido, pero casi seguro en su mente sonaban a la altura del individuo más interesante del planeta. Nosotros con la mirada fija en su cara y asintiendo cada una de sus peroratas.
Con su metro ochenta de estatura, alrededor 130 kg, panza prominentísima, cara redonda a la perfección, se asemejaba mucho en su figura al entrañable personaje Shrek. En su mente se podría esconder la genialidad de un loco, o a la sumo, un mitómano muy coherente.
Fue así que nos enteramos de su estadía en Tilcara, donde vivió los últimos seis meses. Cuando dio comienzo al relato, su cara se movió de lado a lado de forma brusca, nosotros simulamos no haberlo advertido y en sus ojos pudimos ver que Él adivinó nuestra inadvertencia. Pero continuó como si nada hubiera ocurrido. El tono de su piel que es blanca, se ruborizó, cada vez más palabras se le atascaban y su frente se tornó brillante debido a la sudoración. Se encontraba en ese punto, en cual uno se siente tan ridículo, que desearia desaparecer.
T hizo una mueca y se mordió la lengua para no reir. Yo no soporté más y comencé a reir a carcajadas, como usualmente sucedía cuando Angelito quería contárnos algo. Ahí estábamos los tres T y Yo sin poder parar de reir, y Angelito poniéndose cada vez más incómodo. Situación a la que todos esperábamos que llegue para reírnos de Él. Pero ésta vez notamos algo distinto. Angelito no era el mismo. Su cara se transformó y nuestra risa paró en seco.
Nosotros también comenzamos a incomodarnos cuando su léxico se hizo incomprensible, la situación se torno casi violenta. Es así que procuré decir cualquier palabra que se me viniera a la mente para destrabar el embrollo y que la atención se dirigiese hacia a mí. Ver si así Angelito lograba tranquilizarse. Fue entonces que dije, - Qué calor que hace! Eso que estamos en pleno junio.- mi mente me había jugado una mala pasada. Al momento que salió la frase recordé que Angelito vestía ridículamente, con un pasamontañas (que ahora lo llevaba puesto como gorro de lana) a pesar de que el día estaba inusualmente agradable.
Fue como echar más leña al fuego, ya no solo estaba rojo, sus ojos irritados y su mano derecha golpeaba exagerádamente su abdomen. Estaba fuera de control. Nuevamente intentó decirnos algo, hasta que comenzó a hablar en un lenguaje que no comprendíamos. Todo su cuerpo se convulsionaba, fueron alrededor de tres minutos de un griterío ensordecedor. Luego sus ojos en blanco y se desplomó en el suelo. Corrí en busca del celular para llamar un ambulancia, en tanto T lo observaba estupefacto.
Nunca supimos que fue lo que vivió en Tilcara, pero luego nos enteramos por los médicos que en su cuerpo se hallaba tatuado el nombre de Viltipoco el más famoso de los jefes omaguacas. A partir de ese día dejó de pronunciar palabra alguna había sufrido un colapso nervioso. Al parecer Angelito habría oído el relato de vida de ese Gran Jefe, su intención, no era otra que la usual. Impresionarnos con sus historias. Que la gente le dispense un poco de cariño, al menos atención.
Nosotros éramos muy jóvenes, pero bastante boludos en ese entonces y solo lo superficial nos preocupaba. Hoy cada vez que me acerco al hospital donde se encuentra alojado y lo observo desde lejos sentado en su banco bajo el ombú, con sus grandes ojos perdidos en la nada, su boca abierta con sus dos únicos dientes, su vestir arapiento y su dejada apariencia. No puedo más que tomarme el abdomen... y ... soltar una carcajada.
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