Zaratustra permaneció inmóvil y sereno. A su lado cayó el cuerpo, desgarrado y quebrantado, pero vivo todavía. Momentos después recobró el herido la conciencia y vio a Zaratustra arrodillado cerca de él.
-¿Qué haces ahí? -dijo al fin-. Sabía hace mucho tiempo que el diablo me echaría la zancadilla. Ahora me arrastra al infierno. ¿Quieres tú impedirlo?
- Por mi honor, amigo -respondió Zaratustra-, todo eso de que hablas no existe. No hay ni diablo ni infierno. Tu alma estará muerta todavía más pronto que tu cuerpo. No temas, pues, ya nada!
A.H.Z. F.N.
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