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Haciéndonos los Boludos, como perro al que se están cogiendo.

Si ya has dado a alguien, dame también a mí; si no, empieza conmigo. D.e.S

domingo, 2 de octubre de 2011

Mintiendo-me


EN QUE MEDIDA SOMOS NOSOTROS TODAVÍA PIADOSOS. --Dícese con fundada razón que las convicciones no rezan en la ciencia; sólo si se avienen a condescender a la modestia de una hipótesis, de una fórmula heurística, de una ficción regulativa, cabe darle acceso al reino del conocimiento y hasta reconocerles cierto valor dentro del mismo; claro que colocándolas siempre bajo vigilancia policial, bajo la vigilancia alerta del recelo. Pero ¿no significa esto, en definitiva, que sólo si la convicción “deja” de ser convicción cabe darle acceso a la ciencia? ¿No comienza la disciplina del espíritu científico por repudiar las convicciones? Así es, probablemente; sólo que se plantea el interrogante de si para que esta disciplina pueda comenzar no debe existir con anterioridad una convicción, una tan imperiosa e incondicional que se sacrifica a sí misma todas las demás convicciones. Como se ve, también la ciencia descansa en fe; una ciencia "exenta de supuestos" no existe. La pregunta de si es menester la verdad no sólo debe estar contestada afirmativamente, sino contestada así en un grado que exprese el axioma, la creencia, la convicción de que “nada es tan necesario como la verdad y en comparación con ella todo lo demás tiene tan sólo un valor secundario”. Esta voluntad incondicional de verdad, ¿qué es? ¿Es la voluntad de no dejarse engañar? ¿Es la voluntad de no engañar? Pues cabe interpretarla también en este último sentido, siempre que en la generalización; “no quiero engañar”, se incluya el caso particular “no quiero engañarme a mí mismo”. Pero ¿por qué no engañar? ¿Por qué no dejarse engañar? Nótese bien que las razones para no dejarse engañar caen en un dominio muy otro que las razones para no dejarse engañar; no se quiere dejarse engañar suponiendo que esto es perjudicial, peligroso y fatal; en este sentido, la ciencia sería una sostenida cordura, una cautela, una utilidad, a la cual pudiera objetarse, empero; ¿cómo? ¿El no querer dejarse engañar realmente es menos perjudicial, peligroso y fatal que el ser engañado? ¿Qué sabéis a priori del carácter de la existencia como para poder decidir cuál es más ventajosa, si la desconfianza incondicional o la confianza incondicional? Y en el caso de que fuera menester tanto la una como la otra, mucha confianza y mucha desconfianza, ¿de dónde va a derivar la ciencia la creencia absoluta, la convicción, en que descansa, la convicción de que la verdad es más importante que cualquier otra cosa, cualquier otra convicción inclusive? Precisamente esta convicción no puede desarrollarse si la verdad y la no-verdad revelan en todo momento su utilidad, corno ocurre en efecto. De modo que la fe en la ciencia, que es un hecho incontrovertible, no puede reconocer como origen tal cálculo utilitario, sino que debe haberse originado a despecho de serle demostrada constantemente la inutilidad y peligrosidad de la “voluntad de verdad”, de la “verdad a toda costa”. ¡Oh, qué bien comprendemos esto una vez que hayamos sacrificado fe tras fe sobre este altar! De modo que la “voluntad de verdad” no significa; “no quiero ser engañado”, sino queda otra alternativa; “no quiero engañar, ni aun a mí mismo”; y henos aquí en el terreno de la moral. Ahóndese en la pregunta; “¿por qué no quieres engañar?”, sobre todo si parece -¡como parece en efecto!- que la vida tiende a la apariencia, es decir, al error, al engaño, la simulación, la ofuscación, la autoofuscación, y cuando la forma grande de la vida siempre se ha manifestado del lado de los más inescrupulosos. Tal propósito es acaso, para decir poco, un quijotismo, una especie de extraño sentimental; mas pudiera ser también algo más grave: un principio antivital, destructor... La “voluntad de verdad” pudiera ser una larvada “voluntad de muerte”. De esta suerte, el interrogante: ¿por qué la ciencia?, se resuelve en el problema moral: ¿por qué la moral, ya que la vida, la Naturaleza y la historia son “inmorales”? - No cabe duda de que el hombre veraz, en aquel temerario y último sentido que la fe en la ciencia presupone, afirma con ello otro mundo distinto del de la vida, de la naturaleza y de la historia: y en la medida en que afirma ese ‘otro mundo’, ¿cómo?, ¿no tiene que negar, precisamente por ello su opuesto, este mundo, nuestro mundo?... Nuestra fe en la ciencia reposa siempre sobre una fe metafísica -también nosotros los actuales hombres del conocimiento, nosotros los ateos y antimetafísicos, también nosotros extraemos nuestro fuego de aquella hoguera encendida por una fe milenaria, por aquella fe cristiana que fue también la fe de Platón, la creencia de que Dios es la verdad, de que la verdad es divina... Pero como es esto posible, si precisamente tal cosa se vuelve cada vez más increíble, si ya no hay nada que se revele como divino, salvo el error, la ceguera, la mentira, -si Dios mismo se revela como nuestra más larga mentira?
l.G.C. F.N.



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