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El diletante

Hexagrama 4, te busco.

Ecce Homo

-Quinto "D"
-Quinto "D" de Dedo?
- No, quinto "D" de Dios.

Haciéndonos los Boludos, como perro al que se están cogiendo.

Si ya has dado a alguien, dame también a mí; si no, empieza conmigo. D.e.S

domingo, 10 de agosto de 2008

Es mío y, ¿puedo hacer lo que quiera?

Lindo sueño de Rodia principal personaje en "Crimen y castigo" de Dostoievski.
¿El ser dueño de algo, nos da plena libertad sobre ello?, ¿Hay pararelismos entre ellos y nosotros?, ¿Puede ser justa una sociedad que acepta como "nomarles" situaciones similares ?.


..."Va con su padre por el camino que conduce al cementerio. Pasan por delante de la taberna. Sin soltar la mano de su padre, dirige una mirada de horror al establecimiento. Ve una multitud de burguesas endomingadas, campesinas con sus maridos, y toda clase de gente del pueblo. Todos están ebrios; todos cantan. Ante la puerta hay un raro vehículo, una de esas enormes carretas de las que suelen tirar robustos caballos y que se utilizan para el transporte de barriles de vino y toda clase de mercancías. Raskolniokof se deleitaba contemplando estas hermosas bestias de largas crines y recias patas, que, con paso mensurado, natural y sin fatiga alguna arrastraban verdaderas montañas de carga. Incluso se diría que andaban mas fácilmente enganchados a estos enormes vehículos que libres.
Pero ahora -cosa extraña- la pesada carreta tiene entre sus varas un viejo caballo raquítico, uno de esos rocines de aldeano que él ha visto muchas veces arrastrando grandes carretadas de madera o de heno y que los mujiks desloman a golpes, llegando a pegarles incluso en la boca y en los ojos cuando las bestias inocentes se esfuerzan en vano por sacar el vehículo de un atolladero. Este espectáculo llenaba de lágrimas sus ojos cuando era niño y lo presenciaba desde la ventana de sus casa, de la que su madre se apresuraba a retirarlo.
De pronto se oye gran algazara en la taberna, de donde se ve salir, entre cantos y gritos, un grupo de corpulentos mujiks embriagado, luciendo comisas rojas y azules, con la balalaika en la mano y la casaca colgada descuidadamente en el hombro.
-¡Subid, subid todos! -grita un hombre todavía joven. de grueso cuello, cara mofletuda y tez de un rojo de zanahoria-. Todos conmigo, los llevo.
Estas palabras probocan exclamaciones y risas.
-¿Cómo prodría llevarnos este rocín esmirriado?
-¿Has perdido la cabeza, Mikolka? ¡Enganchar una bestezuela así a semejante carreta!
-¿Cuántos años puede tener este caballo? ¿Diríamos veinte?
-¡Arriba! ¡Todos conmigo, los llevo! -vuelve a gritar Mikolka.
Y es el primero que sube a la carreta. Aprieta las riendas e instala su osamenta en el pescante.
-El caballo bayo - dice a grandes voces- se lo llevó hace poco Mathiev, y esta bestezuela es una verdadera pesadilla para mí. Me gusta pegarle, palabra de honor. No se gana el pienso que come. ¡Hala, arriba todos! lo voy a obligar a galopar, ya van a verlo, lo haré galopar.


Empuña el látigo y se dispone, con evidente placer, a fustigar al animalito.
-Ya lo oís: dice que lo hará galopar. ¡Ánimo y arriba! -exclamó una voz burlona entre la multitud.
-¿Galopar? Hace lo menos diez meses que este animal no ha galopado
-Por lo menos, irá marchado al trote.
-¡Sin compasión, amigos! ¡Cada uno con un látigo! ¡Eso, bueno latigazos es lo que necesita esta calamidad!
Todos suben a la carreta de Mikolka entre bromas y risas. Ya hay seis arriba, y todavía queda espacio libre. En vista de ello, hacen subir a una campesina de cara rubicunda, con muchos bordados en el vestido y muchas cuentas de colores en el tocado. No cesa de partir y comer avellanas entre risas burlonas.
La muchedumbre que rodea a la carreta ríe también. Y, verdaderamente, ¿cómo no reírse ante la idea de que tan escuálido animal pueda llevar al galope semejante carga?. Dos de los jóvenes que están en la carreta se proveen de látigos para ayudar a Mikolka. Se oye el grito de ¡Arre! y el caballo tira con todas sus fuerzas. Pero no sólo no consigue galopar, sino que apenas logra avanzar al paso. Patalea, gime, encorva el lomo bajo la granizada de latigazos. Las risas redoblan en la carreta y entre la multitud que la ve partir . Mikolka se enfurece y se ensaña en la pobre bestia, obstinado en verla galopar.
-¡Yo también subo, hermanos! -grita un joven, seducido por el alegre espectáculo.
-¡Sube! -grita Mikolka-.¡Nos llevará a todos! Yo le obligaré a fuerza de golpes...¡Latigazos! ¡Buenos latigazos!
La rabia le ciega hasta el punto de que ya ni siquiera sabe con que pegarle para hacerle más daño.
-Papá, papito -exclama Rodia-. ¿Por qué hacen eso? ¿ Por qué martirizan a ese pobre caballito?
-Vámonos, vámonos -responde el padre-. Están borrachos.. así se divierten, los muy imbéciles..., no mires...
E intenta llevárselo. Pero el niño se desprende de su mano y, fuera de sí, corre hacia la carreta. El pobre animal está a punta de caer.
-¡Latigazos hasta matarlo! -ruge Mikolka-. ¡Eso es lo que hay que hacer! ¡Yo los ayudo!
¡Tu no eres cristiano: eres un demonio! -grita un viejo entre la multitud.
Y otra voz añade:
-¿Dónde se ha visto enganchar a un animalito así a una carreta como ésa?
¡ Lo vas a matar! -vocifera un tercer-.
-¡Al diablo! El animal es mío y puedo hacer con él lo que me dé la gana.
¡Arriba todos ! ¡Lo haré galopar!
De pronto, un coro de carcajadas ahoga la voz de Mikolka. El animal, aunque medio muerto por la lluvia de golpes, ha perdido la paciencia y ha empezado a cocear. Hasta el viejo, sin contenerse, participa de la alegría general. En verdad, la cosa no es para menos: ¡dar coces un caballo que apenas se sostiene sobre sus patas...!
Dos mozos se destacan de la masa de espectadores, empuñan cada uno un látigo y empiezan a golpear al pobre animal, uno por la derecha y otro por la izquierda.
-Ahora fuerte en el hocico, en los ojos, ¡con toda la fuerza ahora en los ojos!- vocifera Mikolka
-¡Cantemos una canción, camaradas! -dice una voz en la carreta-. Todos repitan el estribillo.
Los mujiks entonan una canción grosera acompañados por un tamboril. El estribillo se silba. La campesina sigue partiendo avellanas y riendo con sorna.
Rodia se acerca al caballo y se coloca delante de él. Así puede ver cómo le pegan en los ojos..., ¡en los ojos...! Llora. El corazón se le contrae. Ruedan sus lágrimas. Uno de los verdugos le roza la cara con el látigo. Él ni siquiera se da cuenta. Se retuerce las manos, grita, corre hacia el viejo de barba blanca, que sacude la cabeza y parece condenar el espectáculo. Una mujer lo coge de la mano y se lo quiere llevar. Pero él se escapa y vuelve al lado del caballo, que, aunque ha llegado al límite de sus fuerzas, intenta aún cocear.
-¡Que el diablo te lleve! -vocifera Mikolka, ciego de ira.
Arroja el látigo, se inclina y se saca del fondo de la carreta un grueso palo.
Sosteniéndolo con las dos manos por un extremo, lo levanta penosamente sobre el lomo de la víctima.
¡Lo vas a matar! -grita uno de los espectadores.
- Seguro que lo mata- dice otro.
-¿Acaso no es mío? -ruge Mikolka.
Y golpea al animal con todas sus fuerzas. Se oye un ruido seco.
-¡Sigue! ¡Sigue! ¿Qué esperas? - gritan varias voces entre la multitud.
Mikolka vuelve a levantar el palo y descarga un segundo golpe en el lomo de la pobre bestia. El animal se contrae; su cuarto trasero se hunde bajo la violencia del golpe; después de un salto y empieza a tirar con todo el resto de sus fuerzas. Su propósito es huir del martirio, pero por todas partes encuentra los látigos de sus seis verdugos. El palo se levanta de nuevo y cae por tercera vez, luego por cuarta, de un modo regular. Mikolka se enfurece al ver que no ha podido acabar con el caballo de un solo golpe.
-¡ Es duro de pelar! -exclama uno de los espectadores.
- Ya vereis como cae, amigos: ha llegado su última hora -dice otro de los curiosos.
- ¡Coge un hacha - sugiere un tercero-. ¡hay que acabar de una vez!
- ¡No decís mas tonterías! -brama Mikolka-. ¡Dejadme pasar!
Arroja el palo, se inclina, busca de nuevo en el fondo de la carreta y, cuando se pone derecho , se ve en sus manos una barra de hierro.
- ¡Cuidado! -exclama.
Y, con todas sus fuerzas, asesta un tremendo golpe al desdichado animal. El caballo se tambalea, se bate, intenta tirar con su último esfuerzo, pero la barra de hierro vuelve a caer pesadamente sobre su espinazo. El animal se desploma como se le hubieran cortado las cuatro patas de un solo tajo.
¡Acabemos con él! -ruge Mikolka como un loco, saltando de la carreta.
Varios jóvenes, tan borrachos y congestionados como él. se arman de lo primero que encuentran -látigos, palos, estacas- y se arrojan sobre el caballejo agonizante. Mikolka, de pie junto a la víctima, no cesa de golpearla con la barra. El animalito alarga el cuello, exhala un profundo resoplido y muere.
¡Ya está! -dice una voz entre la multitud.
- No quería galopar.
¡Es mío! - exclama Mikolka con la barra en la mano, enrojecidos los ojos y como lamentándose de no tener otra víctima a la que golpear.
- Desde luego, no crees en Dios -dicen algunos de los que han presenciado la escena.
El pobre niño está fuera de sí. Lanzando un grito, se abre paso entre la gente y se acerca al caballo muerto. Abraza y acaricia el hocico inmóvil y ensangrentado y lo besa; besa sus labios, sus ojos. Luego da un salto corre hacia Mikolka blandiendo los puños. En este momento lo encuentra su padre, que lo estaba buscando, y se lo lleva.
-Ven, ven - le dice-. Vámonos a casa.
- Papá, ¿por qué han matado a ese pobre caballito? -gime Rodia-. Alteradas por su entrecortada respiración, sus palabras salen como gritos roncos de su contraída garganta-
-Están borrachos -responde el padre-. Así se divierten. Pero vámonos aquí no tenemos nada que hacer.
Rodia le rodea con sus brazos. Siente una opresión horrible en el pecho. hace un esfuerzo por recobrar la respiracion, intenta gritar... Se despierta." ...


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