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El diletante

Hexagrama 4, te busco.

Ecce Homo

-Quinto "D"
-Quinto "D" de Dedo?
- No, quinto "D" de Dios.

Haciéndonos los Boludos, como perro al que se están cogiendo.

Si ya has dado a alguien, dame también a mí; si no, empieza conmigo. D.e.S

miércoles, 6 de octubre de 2010

La empanada de Damocles


Todos deseábamos con bestial frenesí a Martita. Martita era la Reina de la Noche, buen par de gomas, culo parado, flequillito, ropas estrechas y siempre dos o tres latigillos en la punta de su lengua que te hacían temblar los cimientos.

En medio estaba Juan, todos éramos amigos de Juan. Él era el típico idiota del grupo, que, a pesar de todo, tenía "ese encanto" que solamente ellas logran descubrir.

Todos éramos militantes de la  A.M.B.Q.M. (Agrupación mas buenos que la mierda). Eran tiempos de lecturas maratónicas. Nos desvivíamos por engullir todo el conocimiento que nos era asequible. Entre ellas, la anécdota de Damocles.

Cuando Martita llegaba a nuestra Cajita de Marfil el clima  cambiaba de forma drástica, así como lo hace el viento Sur en la Costa Atlántica. Pero ella no era frío ni anunciaba el temporal, más bien todo lo contrario. Ella, anunciaba el calor, el deseo, el apetito carnal, en fin, nos ponía al palo. Tenía esa potencia de un saque de la más rica merluza, el mundo se achicaba ante tus pies, tu voz resonaba como la del discurso fúnebre; poderosa y persuasiva, sentías el poder de conquistar el mundo.

Ahí nos encontrábamos, rodeándola, sirviéndola, buscando por cualquier medio una pizca de su puta atención. Pero ese estilo de hembras, si que saben de ardides para contener un rebaño de carneros en celo.

A Juan en cambio, nunca le prestábamos atención. En medio de sus charlas, siempre aparecía el irrespetuoso que, como si Juan no existiera, cortaba en seco su conversación para arrancar con un tema nuevo. Juan callaba, y nadie era capaz de ubicar al gil, para que Juan pudiera terminar sus palabras. Siempre se lo hallaba con el pensamiento perdido quién sabe dónde. Era de pocas palabras, algo tímido quizá. En su rostro se dibujaba como una perpetua preocupación, algo que lo perseguía sin darle respiro. Nosotros, no entendíamos cómo Juan no era feliz, con la Perra que tenía a su lado.

Una tarde de primavera, luego de oír el  golpe seco de la puerta de nuestra Cajita de Marfil ingresó -como lo hacía siempre- el viejo Sileno. Era una especie de guía espiritual de nuestra agrupación. El hombre de las cien batallas, quién encabezó la resistencia en los años 70. Enigmático, borracho pero sabio. Se dice que cuando estaba ebrio poseía una sabiduría especial y el don de la profecía. Siempre andaba harapiento, descuidado en su aspecto, era alto y panzón, algo calvo y con una prolongada  barba, de 30 años como solía decir.

Así como fue de imprevista su visita, también lo fue, la frase que espetó.

- No caguen mas alto de lo que les da el culo, pendejos!.

Luego, desapareció.

Todos quedamos con esa frase en forma de eco revoloteando sobre nuestras mentes.

Traté y traté durante muchos días de encajar la frase en algún cuadro, pero era inútil, hasta que dejé de pensar en ella.

No fue sino hasta después de varios meses de insistencia que logré comprender lo que era estar junto una hembra como Martita. Me vi en el espejo, y ya no era más yo, era el tipo amargado que tanto envidiaba.

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